El capitalismo está padeciendo su crisis más severa en muchas décadas. Una combinación de recesión profunda, desajustes económicos globales y la nacionalización efectiva de grandes segmentos del sector financiero en las economías avanzadas del mundo desestabilizó profundamente el equilibro entre mercados y estados. Dónde se verá afectado el nuevo equilibrio, nadie lo sabe. Quienes predicen la caída del capitalismo tienen que lidiar con un hecho histórico importante: el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse. De hecho, su maleabilidad es la razón por la que superó crisis periódicas a lo largo de los siglos y sobrevivió a las críticas desde Karl Marx en adelante.
El verdadero interrogante no es si el capitalismo puede sobrevivir -sí puede-, sino si los líderes mundiales demostrarán el liderazgo necesario para llevarlo a su próxima fase cuando emerjamos de nuestro predicamento actual.
El capitalismo no tiene parangón cuando se trata de dar rienda suelta a las energías económicas colectivas de las sociedades humanas. Es por esto que todas las sociedades prósperas son capitalistas en el sentido amplio del término: están organizadas alrededor de la propiedad privada y les permiten a los mercados desempeñar un papel importante a la hora de asignar recursos y determinar recompensas económicas.
Como demostró nuevamente la crisis actual, el capitalismo necesita estabilizar acuerdos como el de un prestador de último recurso y una política fiscal contracíclica. En otras palabras, el capitalismo ni se autogenera, ni se autosostiene, ni se autorregula y ni se autoestabiliza.
La historia del capitalismo ha sido un proceso que implicó aprender y reaprender estas lecciones. La sociedad de mercado idealizada de Adam Smith requería poco más que un “estado vigilante”. Lo único que necesitaban hacer los gobiernos para asegurar la división del trabajo era implementar derechos de propiedad, mantener la paz y recaudar algunos impuestos para pagar una gama limitada de bienes públicos.
La globalización financiera, en particular, hizo estragos con las viejas reglas. Cuando el capitalismo al estilo chino se topó con el capitalismo al estilo norteamericano, con pocas válvulas de seguridad en funcionamiento, se generó una mezcla explosiva. No había mecanismos de protección para impedir que se desarrollara un exceso de liquidez global y luego, en combinación con las fallas regulatorias de Estados Unidos, que se produjera un espectacular apogeo y derrumbe inmobiliario. Tampoco había ninguna barricada internacional que impidiera que la crisis se propagara desde su epicentro.
De la misma manera que el capitalismo mínimo de Smith se transformó en la economía mixta de Keynes, necesitamos contemplar una transición de la versión nacional de la economía mixta a su contraparte global.
Diseñar el próximo capitalismo no será fácil. Pero tenemos a la historia de nuestro lado: la gracia salvadora del capitalismo es que es casi infinitamente maleable.