CUANDO LOS HIJOS VUELVENQuisiera reflexionar sobre una situación que afecta a algunos abuelos y abuelas que, habiendo sobrevivido condiciones de vida precarias, sacaron adelante a la familia a base de penurias y sacrificios. Palabras como calidad de vida u ocio no pertenecían a nuestro vocabulario.
No soy un padre desnaturalizado, pero cuando creía que mi mujer y yo podríamos empezar a disfrutar de un merecido tiempo libre, nos llega a casa un hijo recién separado. Nos dice que cada cual hará su vida con libertad.
De repente, su madre, que no se queja ni quejará nunca, pasa a multiplicar sus funciones, incluida la de canguro de fin de semana y vacaciones de unas nietas a las que queremos con todo el corazón. Nunca censuraremos sus extraños horarios nocturnos, sus idas y venidas, los sobresaltos cuando oímos la puerta de madrugada…
¿Por qué no tendríamos que sentirnos felices por haber recuperado un hijo tan felizmente instalado en nuestra casa? Pero, ¿no será que su calidad de vida es en el fondo una buena dosis de egoísmo? ¿Debo sentirme un mal padre por pensar así? Conozco a otros que pasan por lo mismo aunque muy pocos se quejan abiertamente.
RESPUESTA
Cuando a un hijo o a una hija se le quiebra su relación de pareja, junto a ella se quiebran también muchas cosas personales, como una buena parte de la seguridad que tenía. Porque la vida es como es y no como la imaginamos. La vuelta a casa de los hijos que tienen que rehacer su camino sentimental supone acudir a un refugio que sienten como seguro para, desde allí, emprender otra dirección.
Las mujeres sabemos esto desde hace mucho y que la calidad de vida pasa, también, por el bienestar de las personas que amamos. Tal vez sea necesario poner algunos límites para no sobrecargarse de responsabilidades, aunque resulta del todo imposible negar una ayuda temporal.
