miércoles, 25 de marzo de 2009

POLÍTICOS: ¿CUÁNTOS HAY HONESTOS?

Abraham pidió a Jehová que desistiera de destruir Sodoma y Go¬morra si encontraba a diez hombres justos... Y no los encontró.

Dejemos a un lado a los miembros del gobierno central (de cual¬quier color), pese a que los bienes de los ministros no son públicos. Dejémoslos, porque están de¬masiado expuestos al voyeurismo mi¬nucioso de todo el país (pero incluyendo su responsabilidad por omisión, en la prácti¬ca invisible). Pues bien, teniendo en cuenta además que el mérito de su supuesta probidad es escaso pues las gabelas vienen después, cuando habiendo abandonado la política reciben pagos por los favores recibidos, ¿encon¬traremos en España a diez políticos jus¬tos? Esta es la pre¬gunta que la ciudadanía en su conjunto debe hacerse para tomar el pulso a esta democracia des¬pués de 30 años de capi¬talismo voraz. Que “son mayoría los políti¬cos honestos”, es la réplica inmediata no sólo de los políticos ce¬rrando filas sino de todos cuantos entonan cada día cánticos a la li¬bertad porque ellos viven bien y la disfrutan.

Sin embargo, España es un enorme muladar público que necesita de un baño ético de tal calibre que es dudoso haya algo o al¬guien ca¬paz de conseguirlo. La mentira, el gansterismo, el ci¬nismo y el pavo¬nearse de corrupto son las señas de identidad en este país de “mordi¬das” a lo grande, de tantos que a lo que menos van a la política es a servir al pueblo; de tantos que se han lanzado a ella para manejar masiva¬mente dinero, oportunida¬des y po¬der; de tantos, en fin, que violan a la política como viola una y otra vez el proxeneta a una mujer.

Pero la corrupción de los políticos no sólo afecta a la política y a la eco¬nomía: en¬laza con la de los profesionales de todas clases no po¬líticos que dan fe y cobertura a negocios jurídicos cuya génesis tiene todo el aspecto de ser ilegal o ilegítima. Quiero decir que, en la ma¬yoría de los casos, el co¬rrupto ha de contar con la complicidad más o menos voluntaria y consciente de bancos, de notarios y de re¬gis¬tradores de la propiedad, de arquitectos, técnicos, etc que teniendo el deber deontológico unas veces y otras nor¬mativo de poner en co¬no¬cimiento del Banco de España u otras instituciones las operacio¬nes cuanto me¬nos dudosas, no lo hacen. Lo que eleva a la corrup¬ción a un grado superlativo.

El país entero parece un esterco¬lero económico, social y moral... Y por eso quizá lo peor es sospechar ¡cuántos de los que no son ofi¬cial¬mente corruptos porque no han sido denunciados o imputados, no lo son aún... porque no les ha llegado “su” oportuni¬dad!.

Por todo ello -lo siento mucho por los devotos de toda la vida y a ma¬chamartillo de la democracia-, para un nú¬mero cada día más cre¬ciente de ciudadanos, tratándose de un polí¬tico no hay presunción de honestidad. Todo lo contrario, la presun¬ción hoy día es que todo político es co¬rrupto por definición. Su honestidad sólo puede com¬probarse cuando, des¬pués de haber dejado la política, pasan los años y todo el mundo ve que vive con mani¬fiesta austeridad. Total, una tontería. Como de tontos empieza a ser en un sis¬tema podrido, tener la ocasión de ro¬bar con más o menos astucia al pueblo, y contenerse...

Y todo esto sucede en buena medida porque el político no pasa por un control de calidad. En tiempos que exigen para todo una alta especialización, no existe centro, escuela o tribunal que certifiquen no sólo las aptitudes técnicas del político sino sobre todo que es honesto a carta cabal. El único control es apriorístico: el voto.

Y en este país, para colmo, un voto que decide listas cerradas. La pericia y cuali¬ficación del político se basan, como antes decía, en presun¬ciones, alguna de ellas muy peligrosa. Ante todo en su elocuencia (el hablar bonito), luego su honradez, y luego, su sentido común que se supone sintoniza con el del común de ciu¬dadanos. Luego,dema¬siado a menudo comprobamos que ese sentido tropieza o patea el de los mortales más sensatos. Hágase un repaso a las mil inciden¬cias, muchas de ellas muy graves, en este país a lo largo de estos 30 años, y se comprobará que una de las cosas de las que carece el político es¬pañol en general, es las altas miras. Eso cuando no ha delinquido impunemente parapetado en la inmunidad que se confie¬ren todos ellos entre sí justo para contravenir las leyes no escritas de la honestidad, con des¬ahogo.

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