EDITORIAL

SOBRE CUBA, CON PERDÓN

Tantos han escrito tanto sobre Cuba que afronto este comentario con cierta pereza, lo confieso. Me pasa igual que con las infraestructuras en Granada, que cuando el titular de la información incluye las palabras AVE, metro o autovía, deslizo la mirada hacia otro lugar de la página sistemáticamente (salvo raras excepciones, como la de esta semana, que me desternillé con las quejas de Isabel Nieto sobre las catenarias del metro… a estas alturas, debe ser cosa de las Europeas… pero eso es harina de otro costal).

Como iba escribiendo, además de pereza me da pudor opinar sobre Cuba porque sólo he estado allí una vez de vacaciones y mis recuerdos tienen el sesgo de la hambrienta mirada curiosa del turista.

Mi pasión por la geografía humana me lleva siempre a preguntar hasta la impertinencia pero no he encontrado tanta predisposición a someterse a mi tercer grado como entre la población cubana. Pillería o proximidad, que de todo hay, el caso es que de Cuba me traje en la maleta un montón de testimonios a pie de playa, de barras de trova y paladares.

En Santiago, un ex boxeador negro tan negro como la situación que pintaba en sus relatos sobre el régimen castrista me dejó pasmada con sus conocimientos sobre Mariana Pineda, algo que había aprendido en un documental en la tele y que me trajo al recuerdo la programación de Canal Sur, qué curioso.

También vi miseria, mucha, ni hambre ni indigencia, pero sí mucha miseria, y al bloqueo de Estados Unidos como último argumento para la mayoría de la población sobre la responsabilidad de la situación, lo que legitimaba en la calle el poder de Castro.

Ahora que leo que Obama quiere revisar sus relaciones con la isla me imagino al viejo comandante paseando circunspecto con su chándal de Adidas, preparando su retirada de los rings como un boxeador contra el que ya no quiere pelear su máximo contrincante, que tantos títulos le valió.