sábado, 16 de mayo de 2009

RELFEXIÓN DE LA WEB


CÓMO SABER SI UN NIÑO REBELDE TIENE UNA PATOLOGÍA MENTAL

HAY COMPORTAMIENTOS QUE PERMITEN SOSPECHAR DE LA EXISTENCIA DE UN TRASTORNO NEGATIVISTA DESAFIANTE. IDENTIFICARLO A TIEMPO ES CRUCIAL PARA EVITAR PROBLEMAS MÁS SERIOS

La Academia Americana de Psiquiatría Infantil y del Adolescente ha difundido recientemente una guía para las familias sobre el trastorno negativista desafiante. Según la institución estadounidense, este problema afecta a entre un 1% y un 16% de los menores. Los especialistas españoles creen que la última cifra es exagerada y calculan que la prevalencia no supera el 5%, pero confirman que se trata de una de las patologías mentales más frecuentes durante las primeras etapas de la vida y que identificarla a tiempo es esencial para evitar que degenere en una dolencia peor y crónica. Para ello, es indispensable ponerse en manos de profesionales.

Si usted tiene un hijo rebelde, le parece que tiene más rabietas de la cuenta u observa que esté pasando una mala racha porque acusa problemas familiares, como la separación de sus padres, manténgase alerta, pero no se preocupe demasiado. El trastorno negativista va mucho más allá. «Es un estilo de comportamiento, una forma de ser», explica Mara Parellada, psiquiatra de niños y adolescentes del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

El problema suele aparecer muy pronto, en torno a los tres o cinco años. Los niños que lo padecen muestran un comportamiento hostil, provocador, cuestionan todas las normas, tienen un estado de ánimo permanentemente irritable, culpan a otros de sus errores, dirigen su iras hacia la figura de la autoridad (los padres, los profesores), generan conflicto tanto en casa como en el colegio... Y estas manifestaciones se dan en todo momento, es decir, no se circunscriben a una circunstancia concreta o a un periodo de tiempo limitado.

DIFERENTE EN NIÑAS

Hace unos años se pensaba que este trastorno afectaba casi exclusivamente al sexo masculino, pero, según la guía estadounidense, lo que ocurre es que las niñas desarrollan síntomas diferentes. Su agresividad se muestra de forma más indirecta. Así, las chicas tienen una mayor tendencia a mentir, a no cooperar, a hacer el vacío o a propagar rumores falsos, mientras que los chicos suelen desatar su negatividad a través del mal genio y de las riñas con los adultos.

Las causas de esta patología no están claras, aunque hay algunas pistas. Se considera que se debe a una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales. Además, se ha observado una mayor susceptibilidad en los niños y adolescentes que tienen al menos un progenitor con antecedentes de alcoholismo o abuso de drogas, o que también ha padecido un trastorno negativista, de hiperactividad o déficit de atención, o bien del estado de ánimo (como el trastorno bipolar).

Por otro lado, es muy frecuente que la dolencia aparezca en combinación con otras. César Sotullo, director de la Unidad de Psiquiatría Infantil y del Adolescente de la Clínica Universitaria de Navarra, señala que «en los menores de 12 años suele ir acompañado de un trastorno de hiperactividad o déficit de atención, y a partir de esa edad de un abuso de sustancias». De cara al tratamiento, es importante conocer estos problemas concomitantes.

El especialista precisa que existen circunstancias sociales que favorecen la aparición de la enfermedad, como la pobreza, la pertenencia a ambientes muy marginales, la falta de supervisión del comportamiento del menor, una actitud excesivamente dictatorial o demasiado permisiva por parte de los padres o el establecimiento de normas arbitrarias; y que también se han constatado factores protectores, como «que el chaval tenga algún interés específico, sobre todo en aspectos académicos o profesionales, o que pertenezca a algún equipo deportivo».

Pero le puede pasar a cualquiera. «La mayoría de los que vienen a nuestra consulta son de familias bastante normales, con los problemas habituales», indica el experto del centro navarro, quien añade que una parte fundamental de la terapia se dirige a los padres. «Se les entrena para que den órdenes de forma más eficaz, eviten discusiones por cosas banales y se centren en las cuestiones más importantes», añade.

En cambio, Parellada señala que, en el caso de quienes acuden a su hospital, «muchas veces se trata de familias desestructuradas y sabes que no puedes contar con ellas». Es entonces cuando hay que centrar todos los esfuerzos en la psicoterapia individual.
El principal objetivo es frenar la espiral de agresividad y evitar que desemboque en un trastorno de conducta (con comportamientos claramente antisociales) y, más tarde, de personalidad.

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