viernes, 31 de julio de 2009

LA CUARTA EDAD

El gremio resurge con la gerontocracia

Los políticos se fueron haciendo mayores. Claro esto era consecuencia de la profesionalización de la carrera política. Uno entraba en ella más o menos jovencito y continuaba y continuaba hasta que ya alcanzaba una mejor posición. De esta manera las ideas contenidas en mis obras y especialmente en la última que era una síntesis de todas destinada al gran público y se titulaba ‘El poder de la edad’ (un clásico entre los vejetes que esperaban su turno para consulta médica) calaron en los legisladores.

No hubo divisiones partidistas. De hecho no se recordaba un consenso tan generalizado entre la clase política desde la redacción de la Constitución de 1978. El ‘lobby’ ‘Mayores por el poder’ hacía bien su trabajo de presión política para que se acometieran las reformas pertinentes que privaran a los jóvenes de sus derechos de representación y hasta de su capacidad de administración de sus bienes. Y todo ello se iba poco a poco consumando en las correspondientes normas emanadas de las cámaras legislativas.

Tanto fue así que la legislatura 2040-2044 fue conocida como la de las Cortes de los Ancianos, que establecieron una auténtica gerontocracia o gobierno de los mayores. Quizás la medida más espectacular, aparte de la ya reseñada reforma del sistema educativo, que se acometió por aquellas Cortes fue la del establecimiento de un nuevo sistema de acceso al Poder Ejecutivo.

Así, al Gobierno de la nación se accedía por antigüedad y mérito. Es decir que se designaba Presidente del Gobierno al más viejo de la cámara y éste no era libre para elegir a sus ministros, sino que éstos debían superar los sesenta años de edad y acreditar la vida entera de dedicación a la política y en concreto a los asuntos que iban a gestionar, ya fuera la agricultura, la industria, la educación, etc.

Se reinstauraron las ordenanzas gremiales de la Edad Media. Los padres debían entregar a los hijos, si es que no querían seguir cursando la nueva reforma educativa, aburrida e interminable, a un maestro con el que debían seguir trabajando el resto de la vida para hacer una carrera que nunca acababa en la maestría. En la enseñanza los jóvenes nunca llegaban a graduarse y en la vida profesional jamás se hacían maestros de nada. Toda la vida se era aprendiz, salvo que el maestro al morir te hubiera designado como su sucesor al frente de la empresa, si es que habías cumplido como mínimo los cincuenta años de edad.

De este modo entró el joven llamado David en el Gremio de Informáticos. Su labor y categoría, como la de muchos otros era la de ‘herrero informático’. Eran auténticos herreros pues aun cuando había máquinas que lo hacían, ellos tenían que supervisar al milímetro los circuitos impresos de las placas integradas de los ordenadores, puliendo las rebabas y desperfectos que se apreciaran.

Era una gran nave, situada en la periferia de la también gran ciudad, donde trabajaban en una cadena sin fin cuatrocientos jóvenes de uno y otro sexo, todos ataviados con batas blancas y gafas protectoras, perfectamente uniformados. El herrero ‘mayor’, algo así como el capataz, era un ‘joven’ de cuarenta y seis años llamado Juan. David enseguida le cayó en gracia y le decía: “Mira, esto lo hacen nuestros mayores por nuestro bien.

Para que aprendamos lo que es la vida y estemos preparados para el futuro. Antes, en los tiempos históricos, había una cosa a la que llamaban la mili que cuando la hacías decían los padres y la sociedad que ya te habías convertido en un hombre. Pues esto es igual, sólo que creo que algo más largo. Pero es que ahora se vive mucho más que en aquellos tiempos”.

El joven David le respondía: “Y si uno tiene un accidente o una enfermedad y te mueres antes durante este largo camino”. “La verdad es que es poco probable tal y como está nuestra tecnología. Pero, mira, no sé qué responderte a eso. Nunca me lo había planteado así. Eso lo sabrán los que mandan, que para eso están. Y además tenemos el Ociómetro”, contestó Juan.

El Ociómetro era el único lugar de esparcimiento permitido a la juventud. En él se proyectaban películas sobre la bondad del sistema. Se practicaban todos los deportes, especialmente el fútbol. Las instalaciones deportivas eran magníficas. Los partidos muy emocionantes para los jóvenes que eran los jugadores y para los mayores que gozaban del espectáculo y tenían sus preferencias por alguno de los equipos de los ’sometidos’.

En sus locales se permitían algunas reuniones entre jóvenes. En muchos casos eran una prolongación de las conversaciones ya iniciadas en los vestuarios. David no paraba de hacerse preguntas. Algunos otros jóvenes también. Primero en pequeños grupos y en voz baja. Estaba muy bien que los mayores los protegieran y que se hubiera erradicado totalmente el desempleo y cualquier forma de drogadicción, incluyendo la del tabaco y el alcohol.

Pero el verdadero doping de la época era el duro trabajo y carrera a la que los tenían sometidos. Y además estaba la libertad. Qué había de la libertad, de la libertad individual, se preguntaba primero David para luego hacerles la misma pregunta a sus compañeros. “He leído que en el antiguo régimen, antes del dominio de los mayores, éramos libres. Reclamo la libertad para hacer nuestras vidas. Y para no ser meros uniformados”, decía. Los demás escuchaban; los grupos de jóvenes se iban haciendo más numerosos y entre ellos se extendían las mismas preguntas: “¿Por qué tenemos que esperar casi hasta la muerte de los mayores para tomar nuestras propias decisiones?”

“Quizás ahora a los dieciocho años se sea aún muy joven porque es verdad que la vida se ha alargado y ya no es como en los tiempos de la Constitución de 1978″, argumentaba David mostrando su carácter reivindicativo pero moderado y sensato.

No es de extrañar que se convirtiera en el líder, el dirigente de una revolución pacífica que tomó como modelo el movimiento hippie de los años sesenta del siglo XX y las ideas de libertad, fraternidad (o relaciones de convivencia cordial con los mayores) y legalidad (en reclamación de los legítimos derechos de la persona para los jóvenes) actualizando las de la Revolución Francesa a la contemporánea posmodernidad hipertecnificada, pero al ritmo lento de los mayores.

[El hombre casi centenario sigue escribiendo sentado en su sillón ergonómico del que no tiene que levantarse ni para hacer sus necesidades fisiológicas y que le controla constantemente el pulso y la tensión arterial, así como todos sus niveles en sangre y orina.]

A aquellas alturas de 2044 ya empecé a temer que mis ideas llevadas a la práctica habían ido demasiado lejos. La situación que se estaba materializando suponía un cambio extremo en los papeles, una situación totalmente inversa: los mayores se habían alzado con el poder absoluto y reducido a la nada a los jóvenes. Yo había querido mejorar el mundo y lo había vuelto injusto, quizás más injusto de lo que era antes.

Empezaron a entrarme los sentimientos de culpa ¿Qué haría mi maestro Vlado Karabatic en aquella insospechada nueva situación en la que me encontraba? Ya no podía consultarle. Hacía tiempo que había muerto. Bueno, en realidad lo mataron los que lo habían creado. Ahora sí que había un estereotipo social que él hubiera sabido perfectamente encontrar y definir. Era un nuevo despotismo: Todo para nuestros descendientes, pero sin ellos.

No hay comentarios:

DALE CLIP A LA FOTO PARA INGRESAR A LA PAGINA

ESTE BLOG NO ES APTO PARA MENTES CERRADAS. NO ES APTO PARA CONSERVADORES.... ESTE ES UN BLOG QUE SURGE PARA MOSTRAR Y DAR A ENTENDER LA VIDA EN SUS MULTIPLES FACETAS…