martes, 7 de julio de 2009

REFLEXION DE WEB RELATIVA

Tuve la suerte de adquirir un contrapeso a los prejucios vehiculados dentro de la visión cristiana de la homosexualidad: solitarios, pedófilos, etc. Comprendí que el ser gay no hacía más perversa a una persona, ni tampoco mejor, ni más feliz. Aprendí que la felicidad, la integridad y la maldad no son intrinsecas a una orientación sexual en particular.

A pesar de todo esto, el darme cuenta que sentía atracción por los hombres no fue agradable. Era claro que Dios condenaba claramente la homosexualidad y que tenía que hacer algo al respecto. Un jueves, rumbo a mi casa, después de clases, me sentí sumemente deprimido. En pocas palabras, me parecía que se me había dado el papel de Judas que debía traicionar a su Señor. Papel que evidentemente no había hecho nada para merecerlo.

Caminé reflexionando. No recuerdo exactamente cuál fue el motivo que me llevó a reconocer mi homosexualidad precisamente ese día, pero este reconocimiento me había transportado dentro de un torbellino de sensaciones y de ideas. Por un lado, sentía un cierto alivio al comprender al fin muchas cosas de mi vida: por qué no sentía ninguna motivación para tener una novia como muchos de mis amigos, por qué siempre encontraba defectos a la mujeres, por qué me interesaba bastante en la salvación de ciertos chicos más que por otros o por las chicas. Pero por el otro lado, sabía que ser homosexual era una abominación a los ojos de Dios y que tenía que hacer algo al respecto.

Recuerdo haber orado al señor preguntandole ¿por qué me había tocado a mí vivir esto? y que si fuera por mí, dado que había conocido modelos positivos gay, no me sentiría “mal” de ser gay, como tal o tal, pero que deseaba cambiar para agradarle, porque Él me demandaba hacerlo.

Me imagino que muchos pensarán que por eso nunca cambié, porque en el fondo, inconscientemente, quería ser gay. Para mí, mi deseo de cambiar no se basaba en que siendo homo iba vivir una vida de oprobio, perversión, pedofilía etc., etc., etc. Sino que siendo gay iba vivir alejado de Dios y para mí esto era más que suficiente para querer cambiar.

Después de mi auto-revalación como gay ese jueves, tenía que buscar ayuda del párroco de la iglesia, así que decidí hablarle. Me armé de valor la noche del domingo y lo hice al final del misa. Hablé con él porque me parecía el más capaz de tomar la cosa con cuidado. Pude ver la sorpresa en su rostro. Creo que no se imaginaba tener un homosexual entre sus filas, sobre todo de un joven que conocía desde niño, un joven al que había visto crecer, servir a Dios, asistir a la iglesia cada domingo, jueves y sábado, a parte de su guardia de oración los martes.

No recuerdo con exactitud todo lo que ocurrió durante este encuentro, lo más importante fue que salí aliviado del peso que cargaba, pero por las razones equivocadas. El párroco me indicó que lo más posible es que yo no era gay puesto que no había tenido relaciones sexuales y que no quería ser mujer o transvestirme y que seguramente se trataba de una fase adolescente instigada sobre todo por las malas influencias de las cuales tenia que huir.

También me mencionó que existían gente que "había nacido así" porque Dios estaba visitando la maldad de sus padres en ellos. Aunque esta afirmación me pareció horrible y lejos de las enseñanzas de la salvación y la Gracia a través de la fé en Cristo Jesús, me callé y me sentí mejor- me auto-justifiqué : es una fase- y así continué algunos años ocultando mis deseos y atracciones.

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