jueves, 21 de enero de 2010

ES LA TIERRA LA QUE CAMBIA

Veintidós años después de la publicación de “Los versos satánicos”, todavía hoy pende sobre el autor británico Salman Rushdie la fetua que el régimen del ayatolá Ruhollah Jomeini decretó por considerarlo blasfemo. El líder chiita ofreció tres millones de dólares por asesinar al escritor. Una década más tarde, la recompensa subió al doble. La sentencia perdió efecto para el gobierno en 1998, mas no para los grupos fundamentalistas. La intolerancia religiosa no respeta fronteras.

Un ejemplo reciente es el de Kurt Westergaard. Hace cinco años, junto con otros caricaturistas del periódico danés “Jyllands Posten”, representó al profeta Mahoma con un turbante en forma de bomba. El 1 de enero pasado, un hombre entró a su domicilio con la aparente intención de vengar la afrenta. La policía hirió y detuvo al potencial agresor.

En contraste, Mehmet Alí Agca, el turco que hirió de muerte a Juan Pablo II en 1981, salió libre el lunes pasado luego de treinta años de prisión. En una de las imágenes más conmovedoras, Karol Wojtilia perdonó a su agresor. Agca es hoy un hombre redimido mas no convertido pues niega uno de los principios teologales del cristianismo y cuestiona la exactitud de su libro sagrado. Dos visiones, dos conceptos del mundo y de la religión. Un documento del Episcopado Mexicano, titulado “Domund 2009”, calcula que la población cristiana ronda hoy las dos mil ciento cuarenta millones de personas en el mundo, equivalente al 33.8 por ciento del total; de ella, alrededor de la mitad es católica. Musulmanes son mil quinientos millones.

Estas cifras y más de dos mil años de historia confirman que la mayoría de la humanidad necesita de Dios, ya sea cruel o de perdón. Otra parte cree que no, y también es respetable.

Mientras Rusdie y Westergaard no han dejado de ser blanco de la ira islamista y Agca dejó la cárcel transmutado en “profeta eterno”, algunos preguntan “¿Dónde estaba Dios cuando el terremoto de Haití?” “¿Por qué permitió que un cataclismo de esa magnitud se ensañara con uno de los países más indefensos del planeta?”. Una respuesta la brinda Jaime Sabines, a cuya inspiración recurro de nuevo.

“(Dios) Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre.

Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo, la vida— sea para siempre (…).

“Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.

“Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios”.

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