sábado, 8 de mayo de 2010

Las drogas y la sociedad

La cuestión de las drogas ha estado en boga desde hace varias décadas, pero esto no significa que el tema haya sido agotado ni que el asunto haya sido resuelto, sino todo lo contrario.

Los eternos debates sobre la drogadicción dejan lugar para replanteamientos constantes que tienen que ver, en principio, y sólo en principio, con el hecho de que el problema está enfocado (y limitado), a una franja estrecha de la sociedad, ya de por sí estigmatizada: la de los adolescentes.

Así, las políticas destinadas a “la guerra contra las drogas”, ya sean reduccionistas de daños o prohibicionistas, se orientan a un sector de la sociedad que parece haber perdido el rumbo.

En la actualidad, en el marco de esta sociedad posmoderna, los jóvenes se sitúan en el centro de la escena como los actores que promueven el principio del fin, el comienzo de una era apocalíptica; definidos como jóvenes sin futuro, sin ambiciones, sin intereses, descarrilados, “manejados por las drogas”, son acusados de ser los responsables de todo lo malo que ocurre en la sociedad, incluido, obviamente, el fenómeno de la drogadicción, pero aislado de toda la infraestructura requerida para extraer y proveer sustancias ilegales.

De esta manera, lo que más llama la atención es que dicho problema y dicha población parecen vivir en un limbo social, ya que ningún debate incluye toda la estructura social, política y económica que rodea a tal fenómeno.

Ahora bien, ¿son los jóvenes portadores de un “gen” de la drogadicción? Pues no, ya que tal gen no existe. Por lo tanto es necesario reconocer que la drogadicción es esencialmente un problema social, hacerlo permite dar cuenta de una presencia no sólo masiva sino también muy diversificada de la problemática de la adicción a sustancias psicoactivas.

No obstante, si ello no ocurre es porque la cuestión de la droga se enmarca en el orden de lo político, económico y moral, donde el tema del control social que la posmodernidad promueve adquiere importancia central, debido a que se ve amenazado como consecuencia de la desestructuración individual a la que, en algunos casos, la drogadicción conlleva, y en otros, “remedia”.

Teniendo en cuenta esto, no podemos dejar de entrar en la polémica de la legalidad e ilegalidad de ciertas drogas, haciendo en este punto referencia a las “drogas permitidas”, es decir, productos que procuran un equilibrio psicológico con efectos “reducidos” y que, gracias a los avances de la psicofarmacología y la neurobiología, han sido puestos en venta.

Así, circulan en el mercado medicamentos, fármacos y demás que operan sobre la angustia, tienden a estabilizar los cambios bruscos de humor, calman conductas agresivas, estimulan la imaginación o la memoria, hacen desaparecer la ansiedad o la depresión, entre muchísimas posibilidades ¿El fin? Establecer un “modelo” de ser humano, un individuo “normal” que no afecte el “orden social”; incluso, cada vez más, se tiende a convertir las “dolencias anímicas” (como el duelo), en enfermedades que se incluyen bajo el diagnóstico de “trastorno de adaptación” para las cuales, obviamente, existen remedios.

Esta cuestión me hace recordar la sociedad perfecta propuesta por  Aldous Huxley en “Un mundo feliz” publicado por primera vez en 1932, novela en la cual el autor describe una sociedad en la que la guerra y la pobreza han sido erradicadas y todos los habitantes son permanentemente felices, ya que todas sus necesidades están satisfechas y porque en caso de sentirse mal tienen a su disposición el soma, una droga que es entregada por el Estado y permite a las personas evadir la realidad si sufrir efectos secundarios devastadores.

De la misma manera, en esta sociedad real, posmoderna, la humanidad mejora artificialmente mediante el acceso a las “drogas permitidas” que satisfacen principalmente los intereses de empresas farmacéuticas, pero también de la economía neoliberal que gracias a este consumo irracionalizado de drogas legales no se ven en la necesidad de ampliar las infraestructuras sanitarias de carácter público.

Por ultimo ¿qué o quién determina que productos tan dispares y con efectos tan diversos sobre el sistema nervioso central hayan sido estigmatizados negativamente como “drogas” y, por lo tanto prohibidas, y otros, con los mismos efectos o parecidos, se hayan quedado fuera de esta estigmatización? La respuesta ya está contenida en estas líneas, no es la “toxicidad” que provoca, ni la adicción que genera lo que determina que una droga sea prohibida o legalizada, sino las normas culturales y los intereses neoliberales.
por Valeria Paget

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