La moral es un árbol de moras, y no más, porque incluso consultando el Diccionario de la Real Academia de la Lengua no queda claro que es eso que llaman moral.
La Academia la define como algo “perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia” cualquier cosa que eso signifique. Y también como algo “Que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano”, lo que pal caso termina de confundir más.
Ante eso bien vale la pena preguntar por qué nuestras leyes permiten que las conductas de los ciudadanos sean juzgadas por el más básico de los servidores públicos bajo un criterio tan flexible y confuso como el de la moral.
Todo esto viene a cuento porque el viernes pasado una pareja de chicas se hacía cariñitos, cosquillas, se besaba en las mejillas en una banca del Parque Metropolitano en el marco de un picnic romántico que habían decidido regalarse. Y eso, mostrar su cariño en público fue suficiente para que dos policías de los que cuidan el parque las invitaran “amablemente” a abandonar el lugar porque su comportamiento era una falta a la moral y podía molestar a los demás asistentes.
No es que hubiera una denuncia, no es que alguna buena conciencia les hubiera puesto dedo, no. Tampoco es que estuvieran teniendo una práctica sexual explicita, no. Sólo por hacerse cariñitos fueron expulsadas del paraíso ese, con el “argumento” de que el reglamento del parque no permitía ese tipo de demostraciones entre parejas del mismo sexo.
Sobra decir que el citado reglamento nunca se le mostró a la pareja y que en su revisión no se menciona nada al respecto, por lo que estamos ante un caso de abierta y flagrante discriminación motivada por el prejuicio de quienes no pueden respetar lo diferente, de quienes se sienten agredidos en su fuero interno por comportamientos que no quieren o no saben comprender.
Y es curioso que algo así suceda en el parque Metropolitano porque justo ahí han sucedido cosas que sí constituyen una verdadera falta a la moral y esos mismos policías no sólo no han hecho nada, sino que las han alentado. Cualquier mujer que haya ido a correr ahí sabe que entre los árboles se suele poner un hombre que a la menor provocación se baja los calzones y les enseña sus partes íntimas. Algunas han denunciado el asunto ante los policías que cuidan el parque y estos les han respondido al estilo de los jerarcas católicos: que es su culpa por irse vestidas así de provocadoras. Esta doble victimización motivó que algunas de ellas se armaran de valor y le hicieran bolita al sujeto para correrlo de ahí. En el mismo parque, es común también que los ciclistas les agarren las nalgas a las que van corriendo sin que tampoco se haga nada.
¿Será que como son actos que se dan entre un hombre y una mujer los policías no los ven como faltas a la moral? ¿Si una chica denunciará que otra mujer le agarró la nalga, entonces sí harían algo? ¿Eso sí lo considerarían como faltas a la moral?
Todo esto pone de relevancia que urge una mayor capacitación de los policías en materia de diversidad sexual y de no discriminación, ya que este caso no es aislado y aunque el reglamento del parque no dice que lo que hagan dos personas del mismo sexo constituye una falta a la moral, los reglamentos de policía de Guadalajara y Zapopan sí dejan a la interpretación de los uniformados lo que esto significa y eso se ha prestado para múltiples extorsiones, no sólo a gays, sino también a heterosexuales.
Hace un año, una de las banderas de campaña de Miguel Galán, entonces candidato a la alcaldía de Guadalajara por el Partido Socialdemócrata era precisamente esa: que se cambiará el reglamento para evitar que la comunidad gay fuera discriminada con criterios tan ambiguos como las faltas a la moral. Si eso se hubiera hecho, no sólo en la ciudad, sino en todos los reglamentos de policía de los municipios, hoy no estaríamos ante un caso tan penoso como el que le tocó vivir a dos chicas en el parque Metropolitano.
Y tampoco hubiera pasado lo que sucedió en Guadalajara en el marco del festejo del aniversario de la ciudad en que se convocó a los tapatíos a darse un beso por la ciudad, pero se excluyó del ejercicio a una pareja de lesbianas que deseaba participar.
Todo esto nos muestra que como sociedad aún tenemos un largo camino que recorrer para arribar a un clima de respeto por el otro. Habla muy mal de nosotros que a nuestros representantes, esos cuyo sueldo pagamos con nuestros impuestos, les moleste una demostración pública de cariño… y no, no vale el argumento de qué dirán los niños: porque basta con decirles que eso también se llama amor y es algo hermoso, aunque sea entre personas del mismo sexo.
Las autoridades del parque Metropolitano deben ofrecer una disculpa pública y garantizar que no se seguirán aplicando criterios discriminatorios en sus instalaciones.
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