Los profesionales que de alguna manera compartimos con las familias la angustia que genera el peligro de caer en las garras de vicios como el alcohol y otras sustancias ilícitas y asesinas sabemos de la responsabilidad que en ese tema corresponde a los padres de familia y a las autoridades.Un hogar bien constituido, un ambiente estable donde prima el respeto y la confianza y donde el buen ejemplo respalda a la oratoria se constituye en una especie de vacuna contra muchos riesgos que corresponden a la calle. Las buenas costumbres son el mejor entorno para una vida sana y creo que nadie se atreve a contradecir esa afirmación. Incluso, las dificultades manejadas con responsable criterio y acompañamiento amoroso pueden ser un duro aprendizaje en el cual no se tiene porque sucumbir.
Varios hogares que se han fracturado pero han manejado el tema con madurez, sin colocar en medio del momento doloroso e interpersonal a los hijos, para manipularlos y matricularlos en un sufrimiento agregado del cual ellos no tienen ninguna responsabilidad, da como resultado un alto porcentaje de éxito en el proceso porque la realidad se debe enfrentar y el futuro se debe mirar con optimismo si así actúan los padres ante la dificultad.
Pero es triste observar la dualidad de criterios cuando el egoísmo y la inmadurez priman sobre el amor y la obligación. Madres que abandonan el hogar, padres agresivos y machistas, familias en las que el tema del dinero y el poder sobrepasan en importancia a los verdaderos valores, niños que por orden de un juez pueden salir con uno de sus padres un día en la semana y ese espacio se aprovecha para comprarles cosas, darles comida chatarra, hablarles mal del otro progenitor y obligarlos a compartir con personas que nada tiene que ver con ellos y luego regresarlos a casa tristes y confundidos, abuelos asumiendo la responsabilidad que ya no les corresponde...
Si sumamos a estas circunstancias un medio social contradictorio, un ambiente político de trampa y deshonestidad, un entorno anárquico en donde las autoridades no demuestran suficiente compromiso con la juventud, obtendremos un resultado catastrófico.
Tantas horas de ocio traducidas en soledad, tanta droga por las calles, tanto trago, tanto desorden. Los jóvenes son el futuro real y natural y merecen más cuidado, más espacios de cultura, deporte, espiritualidad y buen ejemplo y además, hay que protegerlos, apoyarlos, acompañarlos y dejarles un legado suficientemente claro y poderoso para que vivan con dignidad y no pierdan la esperanza.
Los horarios de actividades escolares son insuficientes y podrían ser un elemento para mantenerlos ocupados descubriendo y desarrollando sus competencias, día a día, evitando al máximo que la desocupación y los problemas cotidianos que ellos no pueden resolver se apoderen de la mayor parte de sus vidas generando sufrimiento y desesperanza cuando las prioridades, a esas edades deberían ser muy distintas. Eso debe salir de los mayores porque los muchachos no van a legislar, ni se van a imponer por si mismos la disciplina y el orden y además sólo reciben lo que nosotros les damos.
No se trata de echarnos el agua sucia unos a otros sino de asumir el reto de comprometernos con el tema. Lo normal en un niño o un adolescente es la rebeldía, la inquietud y la búsqueda constante de identidad propia y de su lugar en el medio. Lo normal de un adulto es orientar y armonizar con mucho amor, incluyendo sacrificio y compromiso, ese proceso. ¿Hasta cuando y que más tiene que ocurrir para entenderlo? Por lo menos que lo que pase, no sea por negligencia, indiferencia o egoísmo.
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