miércoles, 27 de mayo de 2009

ABUSO Y DEBILIDAD

El abuso de poder es un síntoma de debilidad. Etimológicamente significa mal uso del poder. Y habitualmente se recurre a él (salvo en casos patológicos) cuando no se puede obtener lo que se desea mediante una aplicación adecuada de la autoridad.

Cuando se teme, por ejemplo, no ser obedecido. Por ello, generalmente no trasunta dominio, sino miedo. Si pensamos en las relaciones personales, la violación es una muestra de la imposibilidad de seducir. El uso de la fuerza suple esa debilidad y es una respuesta al temor al rechazo.

Un buen ejemplo al respecto es la orden de activar el Plan Ávila que impartió Chávez el 11 de abril de 2002, quizás uno de lo mayores excesos que hayan ocurrido en Venezuela en este siglo. Apelar a ese último recurso ante una manifestación pacífica era una muestra de temor y fragilidad. Porque si acaso se trataba de un golpe de estado, como sostiene la versión oficialista, los medios para combatirlo eran otros. No arremeter indiscriminadamente contra la población, sino concentrarse en los conspiradores.

Por ello, la multiplicidad de arbitrariedades de que ha hecho gala el Presidente de la República durante las semanas recientes debe interpretarse como un intento de utilizar los últimos medios disponibles para reafirmar una autoridad de cuya legitimidad duda cada vez más una gran parte de la población.

En otros tiempos, el actual mandatario invocaba su popularidad para imponerse. Y era muy difícil oponérsele. Se reclamaba por lo bajo sobre la falta de elegancia de sus modos de proceder, pero era preciso reconocer que apelaba a la voluntad popular (equivocada o no). En la medida en que ha venido perdiendo contacto con esa voluntad popular se le ha erosionado la confianza en sí mismo y ha debido recurrir a trucos cada vez más burdos.

Como no ha podido modificar legalmente la Constitución, que él mismo diseñó, ha optado por violarla mediante argucias leguleyas. Como no pudo ganar las elecciones en las grandes ciudades, ha pretendido anular las consecuencias del dictamen popular con malabarismos que son a la vez delictivos e infantiles. Y, ante la pérdida de legitimidad política, se ha visto en la obligación de pervertir descaradamente a las instancias judiciales con la intención de darle un barniz legal a sus desmanes.
Los abusos de poder no son sólo una última instancia para intentar ejercer una autoridad que se ha deteriorado, sino que habitualmente preceden a la pérdida del poder mismo. Dicho en criollo, tales atropellos suelen ser pancadas de ahogado. Tal fue el caso, por ejemplo, del plebiscito que organizó y oficialmente ganó el General Pérez Jiménez en diciembre de 1957.

Ese fraude lo retrató al desnudo y a los dos meses debió huir despojado de toda autoridad. Un caso dramático fue el de Ramfis Trujillo, quien mató en la prisión personalmente a quienes habían ajusticiado a su padre, el dictador dominicano, antes de renunciar al ministerio de defensa. La manera simbólica de representar el abuso antes de la caída es la figura de Calígula, el emperador romano, quien solía citar el dicho “Déjenlos que me odien, siempre que me teman”, sin percatarse de que la verdadera debilidad y el verdadero temor eran los suyos.

No siempre la debilidad que acompaña al abuso de poder es terminal. A veces es implícita. Se esconde en un poder legítimo, y lo horada. Carlos Andrés Pérez, por ejemplo, se excedió en el uso de su autoridad cuando nos impuso sin anestesia ni consulta previa un programa económico neoliberal. Aunque en ese caso se cumplió con todos los requisitos legales y se presumía la legitimidad, por su reciente victoria electoral abrumadora, el abuso consistió en haber omitido decir durante el proceso electoral cuales eran sus verdaderas intenciones.

Es posible imaginar que calló cual sería la orientación de su gran viraje porque temía que su candidatura se viera afectada. Ese abuso de poder fue el inicio de su caída, porque a partir de entonces se fueron mostrando todas sus debilidades. Para intentar salvarse, debió llamar a los notables a integrar una especie de Consejo de Estado y, como era de esperar, estos se le voltearon cuando consideraron que las circunstancias les eran propicias. Cuando Pérez comprendió las consecuencias de ese abuso de poder inicial no intentó nuevas arbitrariedades y, con una actitud que lo enaltece, aceptó resignadamente su destino.

Si los abusos de poder son múltiples y desbocados constituyen un síntoma de desesperación. Aunque esto no sirva de consuelo para sus víctimas, permite orientar a quienes aspiran a que el poder se utilice adecuadamente y dentro del estado de derecho. Como dijera Juan Pablo II, y de alguna manera repite la Conferencia Episcopal Venezolana, solamente debemos temer al miedo. Porque, en jerga marxista, las condiciones objetivas muestran que la debilidad se encuentra en quienes abusan del poder.

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