domingo, 26 de julio de 2009

SILENCIO, SOMBRAS Y MUCHO MIEDO…

Hace tiempo que venía pensando escribir sobre el día a día de la universidad. Se escribe poco.

En primer lugar, hay que contextualizar y explicar que es lo que entendemos como universidad. Ante la dificultad de la tarea, podemos empezar por lo que no es. En este sentido, estamos equivocados si imaginamos la universidad como el lugar donde pensar. Y es que la universidad no está para dudar, sino para aclarar. Con esto no quiero decir que no se permita la crítica, simplemente no se acepta. Es decir, podemos estar de acuerdo o no con algunas medidas y siempre se nos escucharía, estamos en una democracia, faltaría más, pero otra cosa es que nuestro desacuerdo sirva de algo o no. Pongamos un ejemplo.

Supongamos que hay una reforma en la universidad y que la comunidad universitaria esta desinformada sobre en qué consiste la misma. Imaginemos, que esta reforma implica un cambio radical en el modelo de universidad existente, tanto en la metodología docente y los contenidos, como en la financiación, autonomía y objetivos del estudio que en ella tiene lugar, y que se encuentra a las puertas del siguiente curso académico con nuevos planes, incompletos, además de con dudas sobre la ejecución de los mismos. Pero no olvidemos, la universidad no está para dudar, en este caso, esta para acatar. Hasta aquí, podríamos pensar que en estos supuestos, debería haber alguna que otra queja. No pensemos, mejor no pensemos.

Ahora, por un momento, dejemos de imaginar y simplemente analicemos la respuesta de la comunidad universitaria ante esa reforma, cuya peor consecuencia, es que es real. Entonces, poniéndonos nuestra bata de intelectualidad y como buenos científicos investigaremos, innovando siempre, esto último es muy importante, y tras autocomplacernos por nuestra gran capacidad de abstracción de la realidad compleja, que nos inunda y que somos incapaces de comprender, llegaremos a 2 grandes grupos.

Uno de ellos, lo forman aquellos que por lo incoherente y antidemocrático de la situación han decidido buscar información y defenderse, nunca atacar, de esta ofensiva hacia los servicios públicos. Un ataque en el que la empresa privada encuentra la fórmula perfecta para extraer fondos públicos, disponer de mano de obra gratuita y justificar una cínica función social como agente de desarrollo no meramente económico.

¿Que como extrae fondos públicos? Muy sencillo, con el permiso del Estado. Expliquémonos. Hablamos de un Estado que ha ido reduciendo la inversión en educación en los últimos años, presionado por estas mismas empresas, figuras claves que defienden la no intervención característica del sistema neoliberal. Y hablamos de una reducción, no solo respecto a infraestructuras y equipamientos con los que cuentan nuestras universidades, sino a una reducción en términos globales.

Esto lo podemos ver en los distintos anuarios estadísticos de las mismas, donde si hacemos un análisis comparativo desde, aproximadamente, el año 2000 hasta la actualidad, descubrimos un descenso notable en el numero de becados. Un ejemplo de ello lo tenemos en la Universidad de Sevilla, donde en el período de 2001 a 2006 se evidencia un descenso superior al 20% del número de becados, un porcentaje demasiado sangrante teniendo en cuenta que apenas llega al 16% los estudiantes que reciben ayuda.

Pues bien, en estas la empresa privada propone y asume, porque la dejan asumir, el papel de “mecenas del siglo XXI”, asegurando que gracias a su colaboración, la universidad va a salir beneficiada, debido a que sus inversiones permitirán llevar a cabo, fundamentalmente, proyectos de investigación, que indirectamente estarán repercutiendo positivamente a la sociedad.

Pero es que, no hablamos de un mecenazgo en un sentido bucólico renacentista, sino de un mecenazgo “del siglo XXI”, bajo un sistema capitalista y en busca de unos beneficios, siempre a corto plazo. Entre otras cosas, hemos de afirmar que resulta estúpido pensar o creer en la empresa privada como una entidad sin ánimo de lucro. En consecuencia, son estas entidades las que deciden el cómo y el qué se va investigar.

En este sentido, tendremos investigaciones que tengan un carácter reciproco en relación a la inversión privada, con una salvedad, y es que para estos estudios, las empresas privadas contarán con las infraestructuras e inversiones públicas. Porque una vez encontrados los equipamientos y complementos adecuados, solo queda convencer al gestor. Sencillamente genial, ya que puesto en marcha el circulo vicioso en el que se disminuyen las inversiones estatales y la universidad se hace más dependiente del capital externo, el Estado pierde el control sobre el bien público, que es la educación, mientras la empresa aprovecha las inversiones procedentes de fondos públicos para costearse sus investigaciones.

¿De dónde sale la mano de obra gratuita? Creo que es bastante obvio, de los estudiantes que sin llegar a realizar labores complejas, suponen un banco reserva lo bastante amplio, flexible y precario, propio cada vez más a la juventud, como para saciar las necesidades de las empresas privadas en sus investigaciones. Y todo ello, bajo la adopción de una idea positiva de las prácticas externas obligatorias, para completar una formación superior orientada necesariamente al mercado laboral.

Idea que, en primer lugar, sustituye la universidad como el lugar donde fomentar el espíritu crítico y formar libres pensadores, por un centro cuyo papel principal está en la aportación de profesionales flexibles al mercado de trabajo. Y en segundo lugar, íntimamente unido con lo anterior, una universidad orientada al mercado laboral, sin pararse a pensar, que hablamos de un mundo laboral cada vez más precario, no solo en relación con la temporalidad (con porcentajes superiores al 30% de los asalariados, desde los inicios del siglo XXI y en progresivo aumento), sino vinculado a un endurecimiento de las condiciones en el trabajo. Por tanto, y en este sentido, orientando la universidad hacia un mercado laboral basura, conseguiremos, sin lugar a dudas, una universidad basura.

Y todo en un marco repugnante donde el lacito al regalo llamado EEES, se lo ponen grandes empresarios, por ejemplo Emilio Botín, cuando habla de la universidad como “seña de identidad del Banco Santander”. Es decir, encima de todo el tinglado que se han montado, quieren hacernos creer que forma parte la función social de grandes corporaciones, e incluso, se presentan como entes casi nacidos por y para la educación. Pero, ¿acaso se ha creído en algún momento este señor que nosotras y nosotros somos imbéciles? ¿Acaso piensa que nos creemos que la empresa privada viene a la universidad pública porque su preocupación primera es darle a la sociedad una mejor educación, y no movida por unos intereses económicos? Sinceramente, creo que no. El problema está en que muchos han sido testigos de de este cinismo y han preferido seguir callados.

En estas llegamos al segundo grupo, aquellos que sin información o con ella, han eludido todo compromiso posible con la crítica, con la duda. Algunos han acudido a la necesidad de una reforma como escusa para aceptar la que se presenta. Otros entienden que cuanto más rápida sea la adaptación, mayor será nuestra capacidad de competir, sin darse cuenta de nuevo que el qué, el cuándo y el cómo competir lo decidirán las grandes empresas inversoras, y no unos docentes que ni siquiera muestran la valentía suficiente como para democratizar las estructuras de la universidad corrupta y de camarillas que tenemos.

Aquellos, que incapaces de levantar la cabeza, se han escondidos en sus despachos, antes de dar un paso al frente, mientras la institución cerraba las puertas al dialogo, marcando un precedente histórico, y dando buena cuenta de los intereses de fondo, en cuanto a que este proceso siga adelante.

Los mismos, que han callado mientras se inundaban nuestros pasillos de cámaras y guardias de seguridad, encontrando las mayores contradicciones en los privilegios automovilísticos de nuestro rector autoritario. O en su defecto, permitiendo la aprobación de unas memorias de grado sin la representación estudiantil presente, utilizando duramente y de la manera más mezquina, el lanzamiento de bolas de papel, como factor deslegitimador del movimiento crítico con la reforma, ocultando una vez más su falta de argumentos y coraje.

En definitiva, hablamos de un profesorado y de unos cargos institucionales, totalmente sumisos a las órdenes superiores, que ya empiezan a aceptar la supresión de asignaturas y grupos por la falta de matriculados. Pasivos y estériles ante la contradicción clara que plantea en teoría un modelo que apuesta por grupos reducidos, al tiempo que elimina grupos con pocos alumnos, para poder habilitar las mismas infraestructuras y los mismos equipamientos, a los posgrados o másteres que vienen dando fuerte, pero no precisamente desde abajo, sino impuestos desde arriba. Creando precedentes claros y concretos de la desaparición de carreras no rentables en un futuro no muy lejano.

A todos, gracias por habernos enseñado lo que no debemos hacer. Como decíamos al principio, a veces cuesta delimitar lo que son las cosas, pero nos puede ayudar el pensar lo que no son o lo que no deben ser. Y es que gracias a esto, seguiremos luchando por darle música y luz a esas clases y pasillos semivacíos de crítica, de momento. No obstante, y con todo lo anterior, la conclusión a la que llego es que la universidad es silencio, sombras, y mucho miedo…

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